martes, 10 de enero de 2017

El sentido de mi falange

Esta mañana no me podía despertar. No es que no me pudiera mover de la cama, que tampoco. Pero, por encima de no poder moverme, no me podía despertar. Las alarmas (sí, "las" porque me pongo todas las que me permite mi teléfono, eso es así) se han repetido en bucle infinitas veces. Infinitas. Una detrás de otra. Ha llegado un momento en el que apenas pasaban unos segundos entre ellas. Pero, ¿cómo puede llegar a pasar algo así si originalmente tenían 10 o 15 minutos de diferencia? El bucle. Infinito. Vamos, digo yo. El bucle y ese botón-tentación de "posponer" que te permite posponer y posponer y posponer. Y así infinitas veces hasta que unas alarmas se juntas con las otras y llega un momento que ni el teléfono ni tú sabéis lo que está sonando, ni si lo que suena es real o sigue siendo un sueño.

En fin, que en ese debate me encontraba yo conmigo misma, cuando he pensado, es muy pronto. Podrías dormir una horita más. Pero luego he pensado, no deberías. Sabes que lo que deberías hacer es levantarte e ir a yoga. Sí, es que ahora voy a yoga. Y me estiro. Y respiro. Y me quedo con la "mind" muy "fulness". Y esas cosas.

Así que, después de debatir conmigo misma varios minutos más, por fin me he decidido y para alivio de mi teléfono y del bucle (el infinito), me he levantado y he salido de casa.

¡Conseguido! O casi...

De camino a yoga, he pasado por una cafetería donde ponen unos cruasanes buenísimos. Sí, se dice curasán, pero parece que se escribe cruasán. Será que así con la r por medio es más chic. El caso es que en la puerta de la entrada hay un vinilo que dice que "All you need is coffee". Yo creo que hay momentos en lo que "All you need es un cruasán". Y más si es de este sitio. Y más si es de los que llevan la r por medio. Pero bueno, eso ya, cada cual...
Miro el teléfono. No, para alivio mío y vuestro ya no hay alarmas. Pero hay hora. Son las 8:10h. En ese momento, soy consciente de que no me va a dar tiempo a terminar mi clase de yoga. Es que ahora ya soy alumna cuasi-avanzada y tengo que invertir aproximadamente una hora y media. Os parecerá una barbaridad, pero la verdad es que entre que te estiras, te encoges, respiras y haces un poquito de "mind" y otro de "fulness"... Pues eso, una hora y media.
Así que he pensado, tengo mi libro aquí, podría desayunar un cruasán y leer y ya, si eso, esta tarde voy a yoga. Pero luego he pensado, con lo que me ha costado levantarme (ya sabéis que ha sido muchísimo y con muchísimo también sabéis que me quedo corta) y llegar hasta aquí y lo poco que me conviene seguir comiendo bollos después de las fiestas navideñas por mucha r por medio que tengan... ¡Venga! Vamos a clase.

Total, que entro y veo que hay muchos zapatos en la entrada. Pienso, qué rollo, parece que hay mucha gente. Pero ya estoy aquí. Así que me quito los míos. Llevo puestos los calcetines de lana nuevos de papá Noel. Pienso, qué monos y qué calentitos. Y mientras pienso en mis calcetines voy mirando por la puerta de cristal que da a la clase a ver si hay sitios libres. Y, de tanto pensar y mirar, de repente siento que mi calcetín izquierdo mono y calentito se engancha con algo y empiezo a caer hasta que me estampo con la puerta de cristal de la clase produciendo un estruendo considerable gracias al cual todo el mundo me mira. Pienso, Susana, la próxima vez que alguien te pregunte por momentos en los que hayas querido que te trague la Tierra... Éste. Tardo aproximadamente 10 minutos en atreverme a entrar como si nada hubiera pasado. Tuturuuu.

Entro, mi profesor me pregunta que qué me ha pasado y me dice que he hecho una entrada triunfal. Y tan triunfal, pienso yo. Empiezo a hacer mis ejercicios y con ellos empiezo a ver las estrellas. Una a una. Constelación a constelación. Y pienso, amiga, lo tuyo con los huesos... No sé, a lo mejor deberías hacértelo mirar 👀

Así que, decido hacerme caso a mí misma y al color morado de mi dedo del pie y a la forma de morcilla que está adquiriendo por momentos y voy a mirármelo. Después de una tourné por un centro de salud que no era el mío donde una médico que hablaba muy rápido y muy raro ha decidido que no me solucionaba nada, me he ido en busca de algún sitio en el que me quisieran solucionar mi incipiente cojera. Y, después de hacerme las radiografías pertinentes, una médico que se jubilaba hoy y que estaba más feliz que una perdiz me ha dicho que tengo una fractura en la falange. Me lo ha dicho sonriendo. Yo creo que es porque se jubilaba. Y porque estaba más feliz que una perdiz. No por mi falange. Espero.

Vamos, que me he roto el dedo gordo del pie izquierdo.

En fin, que no quiero hacer conclusiones precipitadas de todo esto, pero es inevitable pensar, ¿cómo ha podido pasar algo así? ¿Será por no hacer caso al bucle (al infinito) o por no atender la llamada del cruasán (porque sí, yo me he resistido, pero la realidad es que me estaba llamando)? ¿Cuál es el sentido? No, el de la vida no. Que también. Pero, en este caso, ¡el de mi falange!

No sé. A lo mejor, el único sentido de todo esto es que me tenía que volver a sentar y... Y escribir.


"Nada ocurre porque sí. Todo en la vida es una sucesión de hechos que, bajo la lupa del análisis, responden perfectamente a causa y efecto."
Richard Feynmann

jueves, 3 de septiembre de 2015

Mi momento

Nos vamos de Santiago. ¡Por fin! Susana está emocionada de pensar que, después de dos años sin haber tenido verano, va a poder disfrutar de una semana de sol y playa. Pobrecita. Reconozco que escuchándola hablar tan emocionada me llega a conmover un poco el talón. Pero solo un poco. Bendita ignorancia. En fin...

Playetas es un mundo lleno de posibilidades para llevar a cabo mi venganza. La playa, el parque, cualquier noche entre una copa y otra... Mientras sopeso los diferentes escenarios escucho cómo Susana le dice a Bacha que cuente con ella para la paella. ¿Qué paella? Me irrita sobremanera que me interrumpan con planes improvisados. En cuanto vea a pierna Bacha, se lo pienso explicar. ¡Habrase visto! Inevitablemente, Susana que, al contrario que a mí, no le pueden gustar más los planes improvisados ha decidido asistir a la famosa "Bachapaella". Bachapaella... No puedo evitar sonreír. Reconozco que el nombre tiene su gracia. Aún así, pierna Bacha se va a enterar.

Cuando llegamos me encuentro con multitud de piernas que hacía mucho tiempo que no veía. Los primeros minutos todo son saludos, choques de peronés y risas. Susana decide meterme en la piscina, nos refrescamos juntas. Se la ve tan feliz. Relajo un poco el bíceps. Casi consigue que olvide mi objetivo de esta semana. Por suerte, después de comer, Nano nos propone jugar al pañuelo. Todas las piernas protestamos. Todas menos piernas Nano que están como dos niñas con zapatos nuevos. Las demás piernas nos resistimos a que nos sometan a semejante esfuerzo a esas alturas del día. ¡Y a estas edades! Ahora que estamos tan tranquilas, en la piscina, escuchando música mientras nos pican los mosquitos. Jugar al pañuelo... Correr, correr, correr, caer... ¡Caer! Se me ilumina la rótula y hago que Susana se levante de un salto. ¡Nosotras jugamos!

Mientras nos acercamos al terreno de juego veo que Fede saca el teléfono, pero ¿qué hace? ¿No irá a...? ¡Va a grabar! Bendita revolución tecnológica y bendita la neurona defectuosa que tienen los humanos de estas generaciones que prefieren verlo todo a través de una pantalla antes de hacerlo por sus propios ojos. No sólo voy a lesionarme por fin, si no que además ¡me van a grabar! El mundo no puede ser más maravilloso. Le hago una señal a pierna Fede que me devuelve el saludo "¿Qué pasó chamaquita güey?" No sé cuantas veces más tendré que explicarle que nunca he estado en México, que estuve en Colombia. COLOMBIA. Pero ahora no tengo tiempo para esto... Le pido encarecidamente que no deje de grabar porque va a pasar algo fantabuloso. Me mira raro. Debe ser por el palabro utilizado. Pero confío plenamente en que él también tenga la neurona.


Los equipos ya están hechos. Estudio seriamente a mis contrincantes... A la izquierda está Comín. Se está preparando, estira, parece estar en forma. Sin embargo, piernas Comín no parecen tan robustas. Además, acaba de ser padre. ¿Y si algo sale mal y al final le lesiono yo a él? No, Comín descartado. A la derecha veo a Luis. No parece tan en forma, sin embargo una incipiente curva en su parte abdominal me hace pensar que el golpe puede ser mayor. Sí, Luis puede ser un buen contrincante. Además, con Comín descartado y Fede chamaquito grabando, no tengo opción. Decidido. Luis.


¡Empieza el juego! Andrea es el pañuelo y empieza a decir números. No coincido con Luis. ¡Qué mala pata! Llevamos varias rondas y no hay manera. ¿Pero qué número tendrá? Esto no tiene sentido. Me estoy cansando... ¡Me rindo! Le digo a mi equipo que no juego más, que salga el número que salga, que corran ellos. Me siento tan frustrada... ¡Estoy hasta la rótula de este juego! Encima Luis adelantándose de la marca, intentando hacer trampa, ¡esto es el colmo! Ahora Andrea se pone a discutir con él. Me aburro. Parece que ya no discuten. Andrea vuelve a su sitio. Por alguna razón que desconozco ha cambiado el pañuelo por una pelota, por lo que Andrea ahora es la pelota y grita ¡TODOS! 


En ese momento, lo veo claro. El mundo se para. Mi nervio ciático externo me da un latigazo. El interno aplaude. Mi tibia se prepara. Mi peroné cierra los ojos (siempre ha sido más miedoso que tibia. Menos mal que puedo contar con ella...) Susana duda. No me da la señal para salir. Pero, ¿qué pasa? ¡Dios mío! Ha decidido que no jugaba más, ¡por todos los ligamentos! ¡Este era mi momento! Ahora parece que duda. Neurona envía una señal clara "Venga, todo sea por mi equipo" y empezamos a movernos. ¡Esta es mi chica!


Veo la pelota rebotar por el rabillo del pie, pero solo tengo dedos para Luis. Lo veo venir hacia Susana raudo y veloz. Y sin mirar. El golpe va a ser brutal. Pierna Fede sigue grabando. Susana no sé qué estará pensando, pero yo me dirijo hacia mi objetivo. La pelota ni la veo. Cada vez me aproximo más a Luis. Se está acercando. Sigue sin mirar. Qué maravilla. Estiro toda la tibia. Peroné sigue con los ojos cerrados. ¡Cobarde! Aquí llega. Es el momento. La incipiente curva de la parte abdominal de Luis le hace perder el equilibro justo encima de mí y, por fin, siento el golpe. No estoy segura con qué zona de Luis me he dado, pero sé que tibia se ha llevado la mejor parte. ¡Lo siento por Luis! ¡Pero esto es fantástico! 


30 años esperando. Y por fin ha llegado mi momento...

domingo, 30 de agosto de 2015

Me presento

Mido 74 centímetros, soy delgada, de piel clara, tengo una cicatriz y me apoyo en un fino (pero no por ello menos resistente) tobillo. Soy la pierna izquierda de Susana. Ella nunca me ha presentado porque consideraba que no tenía nada especialmente interesante que contaros sobre mí. A excepción de una cicatriz que se encuentra entre rodilla y tobillo por la que se siente culpable (ya que en su momento no se esforzó en curarla bien) y que me hizo ser menos atractiva que pierna derecha. Pero, al mismo tiempo, me ha permitido desarrollar una personalidad bastante más arrolladora. Y si no, conocedme y al tiempo... 

Pero bueno, a lo que iba... Por fin, he conseguido lo que llevaba 30 años esperando, mis 6 (ojalá 8) semanas de gloria. De 6 a 8 semanas de protagonismo ABSOLUTO (igual de absoluto que el reposo de Susana). 6 a 8 semanas en las que todo el mundo pregunta por mí, por cómo estoy, por si duelo, por si estoy inflamada, por si pico, por todo. Multitud de llamadas, mensajes y visitas para preocuparse por mí y para verme. Estoy absolutamente emocionada, pasmada, saciada de tantas muestras de cariño recibido. De toda tibia, gracias. 

Cuando Susana decidió que una de sus dos semanas de vacaciones nos iba a llevar al camino de Santiago, lo vi claro. Se me iluminaron los ligamentos, se me tensó el cuádriceps y se me subió el gemelo. Sentí muchísima felicidad. Susana que (como ella misma ha contado en alguna ocasión) no destaca precisamente por sus dotes atléticas, decidió irse a andar la friolera de 110 km en 4 etapas. ¡Ja! Ella no lo escuchó, pero yo todavía tengo agujetas del ataque de risa que me entró. Pero ya sabéis, Susana es una optimista de la vida y esas cosas no cambian...

Como decía, yo lo vi claro, fácil, rápido, para todos los gustos. Una lesión era algo chupado y que, además, no iba a sorprender a nadie. Ni siquiera a Susana. Que me culparan a mí era del todo imposible. Tenía mil ideas preparadas. Un flojear bajando de la litera, un tropiezo en plena subida, un susto en las escaleras, un negarme a continuar después de parar a comer pulpo en Melide... Pero Susana al darse cuenta de que el camino dolía (sí, dolía. Pero ese ya es otro post que ella os escribirá personalmente. Hoy es mi turno) empezó a hacer propósitos. PROPÓSITOS. Susana. Lo sé. Yo tampoco daba crédito. Empezó a hacer buenos propósitos que, sin duda, la protegieron durante todo el camino. Y, a pesar de los tres ibuprofenos y el par de compeed ampollas que necesitó para llegar a Santiago fue imposible lesionarme. La tía llegó ilesa. El ser humano es maravilloso. Nunca deja de sorprenderme.

En mi defensa tengo que decir que lo intenté por todos los medios. Me quejaba, le daba pinchazos, calambres, hacía que se quedara atrás y llegara la última... Intenté que desistiera. Pero no hubo manera. Llegó a Santiago. Y no contenta con eso, cuando llega va y se confiesa. SE CONFIESA. Llevaba tantos años sin hacerlo que estoy segura de que no sabía ni por dónde empezar. Eso sí, me consta que se confesó a base de bien porque estuve sujetando su peso a través de rodilla durante un buen rato. Es más, cuando ya le estaban dando la absolución y yo rezando para que se levantara y me dejara descansar, volvió a hablar porque parece ser que se le había olvidado un pecado. Sí, se le había olvidado. Un pecado. Increíble. Después de eso se traga toda la misa del peregrino y, por si no habíamos tenido suficiente, va y comulga. COMULGA. Hacía tantos años que no me veía delante de un altar que tambaleé un poco. Demasiadas emociones fuertes en un mismo día. 

Y allí mismo, mientras ella ponía a manos una sobre la otra y boca se veía forzada a decir "amén", me juré que la venganza sería terrible...

jueves, 23 de julio de 2015

Los abuelos deberían ser eternos...

Y, en parte, que creo que lo son. Pero me refiero a que nunca deberían abandonarnos. Y no deberían hacerlo, porque cuando lo hacen nos dejan muy perdidos. Tan perdidos que no es raro que cada vez nos perdamos más.

Y me explico...

Cuando tienes la suerte de conocer a tus abuelos y convivir con ellos y vivirlos, descubres otro mundo. Paralelo al tuyo, pero otro mundo. Recto, constante, firme, entregado y sin reservas.
Un mundo que, cuando lo descubres, te das cuenta de que marca otro camino, sigue otro rumbo, tiene otro fin.
Un mundo que, por desgracia, destaca por su escasez, que está en peligro de extinción, que muchos quizá no hayáis conocido y que, los que hemos tenido la suerte de conocer, no hubiéramos querido abandonar jamás.

Y no lo hubiéramos querido abandonar porque es un mundo capaz de cambiar hasta tus propias percepciones.

Y me vuelvo a explicar...

Los que me conocéis, sabéis que yo nunca he sido de querer casarme. Me refiero, si algún día decide(s) que sea s(t)u Milano me casaré con(tigo) él y seré la primera en disfrutarlo. Pero a lo que me refiero es a que nunca he sido esa chica que sueña con el día de su boda, su vestido de princesa y los milquientoscincuentaydos ojos de sus setecientossetentayseis invitados puestos en ella. Yo nunca he sido esa chica y, a lo mejor (o precisamente por ello) eso del matrimonio nunca me ha hecho especial ilusión. Pues os vais a reír (o no), pero siempre me han entrado ganas de casarme cuando he visto a mis abuelos.

Estar más de 60 años con una persona, ¿cómo se hace?
Superar todos los problemas junto a la persona que has elegido y seguir enamorado después de los años, ¿es posible?
Seguir casados en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad hasta que la muerte nos separe, ¿aún existe?
Después de estar más de 60 años viviendo con una persona, ¿cómo te acostumbras a estar sin ella? ¿Se puede? 

Nuestros abuelos, los míos al menos, siempre han sido los encargados de demostrarnos que sí, que es posible y que aún existe. Y que, después de estar 60 años viviendo con una persona, no te puedes acostumbrar a estar sin ella. Sobre el cómo no sabría explicarlo. Me imagino que, como todas las cosas importantes en la vida, hay que vivirlo para entenderlo.

Y yo me siento muy afortunada por haberlo vivido a través de ellos. Porque en los tiempos que corren, en los que corremos mucho para poder seguir el ritmo de no sabemos qué, creo firmemente que cada vez damos menos importancia a las cosas que más importancia deberían tener. 

Hoy hace tres años que decidiste irte con tu Antonio y yo medio empecé a escribir estas líneas que, por alguna razón, nunca supieron convertirse en un post. Y tampoco tengo claro que ahora lo hayan conseguido. No sé bien si por exceso de sentimientos o por falta de espacio virtual para expresarlos. O seguramente sea por ambas cosas.

Lo que sí sé es que empecé a escribirlas en un intento de tener la despedida que no pudimos tener. Pero tres años después de pensar por primera vez que los abuelos deberíais ser eternos, me he dado cuenta de que, como decía al principio, en realidad creo que lo sois. Al menos tú y tu costillo. Al menos, para nosotros. Porque sé que cuando os fuisteis decidisteis dejarnos vuestro mundo. Recto, constante, firme, entregado y sin reservas.

Ése que escasea y que está en peligro de extinción.

El que conocimos y descubrimos gracias a vosotros.

El mismo que es capaz hasta de cambiar nuestras propias percepciones. Para que, aunque de vez en cuando nos sigamos empeñando en hacerlo, no nos perdamos.

Para que podamos seguir viviendo cada día con vuestro ejemplo.


"Algunos amores duran toda la vida, los verdaderos (como el vuestro) duran toda la eternidad."

miércoles, 24 de junio de 2015

Pensat i fet

No sé si todos los que me conocéis lo sabéis. Pero, para no asumir riesgos innecesarios, os lo cuento y evitamos que los que lo saben empiecen a leer este post con ventaja. De nada.

Por alguna razón totalmente incomprensible para mí, el hecho de ser madrileña ha generado y genera malestar en mi círculo social más cercano. Qué digo malestar. Malestar, desazón, decepción, discusiones y debates de los que salen muchas cosas, pero ninguna conclusión. Lo sé. Incomprensible. Pero es así. Yo, en mi defensa, lo único que alego es que en mi DNI pone que nací en Madrid. Eso y, que si le preguntan a Sonsoles, dirá lo mismo que dice el DNI. Estoy segura de que, a pesar de que hayan pasado ni más ni menos que 30 años, recordará que nací en Madrid. Y no porque me quisiera cuando nací (tal y como os conté en aquel doloroso, pero no por ello menos aclamado post). Sino porque tardé más de 20 horas en hacerlo. Y claro, puede que estéis pensando que una madre lo perdona todo. Pero, a lo mejor, todo-todo no (y dejo abierto el debate a todas las mujeres que hayan vivido un experiencia similar). Supongo que, por eso, Sonsoles repite tanto eso de que soy pesadita desde que nací. Pero ese, como tantas otras veces, ya es otro post...


El caso es que, a pesar de haber nacido en Madrid, a los pocos meses nos mudamos a Valencia. Valenciaaaaa, es la tierra de las flores, de la luz y del amor tututurú turú turú... Perdón, no sé qué me pasa últimamente que tengo una facilidad para arrancarme a cantar que... En fin. A lo que iba es a que, en Valencia, además de aprender a cantar, aprendí a hablar, a andar, a leer, a escribir, a entrar, a salir, a amiguear... Sí, ya lo sé, acabo de inventarme un verbo, ¿y qué? Es que no sé cómo decir en una palabra que de Valencia son mis mejores amigas. Las más mejores del mundo mundial. Con ellas he compartido cosas que sé que no podría compartir con nadie más. Y cuando digo cosas, digo más. En realidad, muchísimo más.

Cosas importantes y otras súper importantes como haber sido las guays del colegio. Porque eso siempre fue así. Nadie lo ponía en duda y nunca fue un tema a debatir. Pero por muy guays que fuéramos (o que nos creyéramos) nunca pudimos librarnos de les exposiciós orals de valencià. Ai, el valencià! Sé que s'estarán rient quan me lean, elles i la nostra profesora que me consta que es lectora fervient d'aquest blog, perque io puc destacar por moltes coses, pero no por el meu nivel de valencià (en realidad aquí me estoy esforzando en mostrar un nivel un poco peor para que los no valencianos me entendáis. Ay sí, ay sí...). Aún recuerdo con horror el momento de tener que subirme a la tarima de madera y aguantar la tortura que suponía estar durante cinco minutos -CINC MINUTS- hablando delante de toda la clase sobre diossabequécosas, pero en valencià. Clar que sí! Un verdader infern!

Espero que en este punto todos hayáis entendido que no me gusta el valenciano (incluso los de la Logse). Me hace gracia mal hablarlo. Pero no me gusta. Igual que no me gusta que a la gente le moleste que diga que soy de Madrid. A pesar de que lo diga el DNI. Y que lo diga hasta Sonsoles. Me hace gracia. Pero no me gusta. Pero estos días, me he dado cuenta que hay una cosa que sí me gusta del valenciano. Sí, solo una. Y otra de haber vivido en Valencia. Aunque de Valencia, en realidad, me gustan muchas más. Pero ésta en especial. Y no, no son las fallas. Porque no me gustan las fallas. Y eso no sé si es culpa mía o de Madrid, pero es así.

Y no voy a entrar a debatir si uno es de dónde nace o de dónde se hace. Yo nací en Madrid, me empecé a hacer en Valencia, seguí haciéndome en Madrid, crucé el charco para hacerme un poco más en las Américas y ahora me sigo haciendo en Madrid. Y no descarto hacerme en algún otro lugar. Aunque siempre intentaré volver porque creo firmemente que las mejores cosas pasan en Madrid. Pero, seguramente, si no me hubiera empezado a hacer en la tierra de las flores, de la luz y del amor y malhablado el valenciano, todo esto no hubiera pasado. Porque nunca hubiera escuchado, dicho ni entendido lo que tanto me gusta del valenciano y de Valencia. Pero me empecé a hacer en Valencia, malhablé el valenciano e, inevitablemente, mi querido "pensat i fet" empezó a formar parte de mí.

Y, la verdad, es que me gustó desde el primer momento. Fue un flechazo. Y eso que yo no creo en el amor a primera vista. Pero una vez me enamoré al escuchar una voz. Y compartí con esa voz algunos años de mi vida. Y creo que con el "pensat i fet" me pasó algo parecido. Me gustó desde que lo escuché. E, inevitablemente, empezó a formar parte de mi vida. Con la diferencia de que a día de hoy sigue haciéndolo. Y con la seguridad de que siempre lo va a hacer. Por muchas razones, pero, sobre todo, porque aplicarlo me ha hecho y me hace ser quién soy.

Y aunque no siempre todo el mundo lo entienda, yo lo tengo claro. Lo tinc clar. Como alguna vez os conté no me gusta el gris, no me interesan los quizás y me aburren los a medias. Y ahora sabéis el origen de todo esto. Así que gràcies valencià. Gracias Valencia. Por muchas cosas, pero sobre todo porque, ¿qué sería de mi la vida sin los "pensat i fet"?


"Vale más hacer y arrepentirse, que no hacer y arrepentirse."
Nicolás Maquiavelo

lunes, 8 de junio de 2015

Mi incondicional

Todos deberíamos tener uno. Yo lo tengo. Nunca lo busqué, nunca decidí si lo quería o no. Seguramente porque nunca dependió de mí. Seguramente porque nunca depende de ti.

Pero lo tengo. Y, aunque a veces no lo valore y otras tantas no lo reconozca, la realidad es que me gusta tenerlo.

No hace mucho tiempo alguien, a quién solía ver con frecuencia, me dijo que a todos nos gusta gustar. Y yo no estuve muy de acuerdo. O, a lo mejor, sí. Pero supongo que siempre fue más divertido divergir; llevarle la contraria para poder debatir. Aunque la realidad es que a mí no me gusta gustar a quien no me gusta. No por nada. Sino porque no le encuentro el fin. Pero me he dado cuenta de que me gusta tenerlo. No sé. A lo mejor no siempre es necesario que exista un fin.

Hay gente que habla de personas amarillas, lo cual me encanta porque el amarillo se está convirtiendo en mi color, pero ese ya es otro post. Pero yo prefiero hablar de otra cosa. Siempre he pensado que la incondicionalidad está infravalorada. Yo he sido incondicional. No siempre. No con cualquiera. Pero serlo, siempre me ha traído cosas maravillosas. Cosas amarillas. Esta vez no me importa ponerle un color. Y, de la misma forma, hay quién conmigo siempre ha sido incondicional. No muchos. Pero sí siempre. Supongo que llega un momento en la vida en el que empiezas a valorar calidad sobre cantidad. Y debe ser que me encuentro en ese momento. Porque hoy no necesito más.

Pero, ojo, que la incondicionalidad no está infravalorada porque sí. No es gratuito. Ser incondicional es de todo, menos fácil. Porque no es fácil, y menos en los tiempos que corren, estar siempre ahí. Que alguien apueste por ti. Que no importen los años, los que pasan ni los que faltan por pasar. Que no importe lo que hagas, ni lo que digas, mucho menos lo que dejes de hacer o de decir. Que no importen las decisiones que tomes. Que un día te acerques y otros tantos prefieras alejarte. Que no importe que cambies, porque inevitablemente, vas a cambiar. Que no importe que decidas moverte o que decidas volver o que desaparezcas para reaparecer. Que no importe que, a veces, no te importe.

Porque volverá el día en el que te vuelva a importar.

Y llegará el día en el que entiendas que era cierto aquello de que nada ni nadie lo iba a poder cambiar. No todo lo que os acabo de contar. Sino algo, tan sencillo y tan complicado a la vez, como que a alguien le guste cómo eres. Que le guste cómo eres así, sin más.

En mi caso, si ese alguien fuera un número definitivamente sería un 7. Si fuera una comida dudaría porque me siento totalmente incapaz de elegir, pero seguramente estaría entre el arroz al horno y las pechugas villaroy. O entre los pimientos rellenos y la cruceta o la macilla de mi restaurante favorito del mundo mundial. O no sé, ya os he dicho que me siento incapaz de elegir. Y si fuera un color estoy segura de que siempre ha sido el verde, aunque en los últimos tiempos puede que esté siendo un verde clarito que, algún día, corre el riesgo de convertirse en amarillo.

Como os decía, esto es algo que seguramente no depende de ti. Mucho menos depende de mí. No es algo que se pueda buscar. Mucho menos se puede pedir. Pero creo firmemente que es algo que todos deberíamos tener. Llámalo persona amarilla. Llámalo equis. Llámalo como lo quieras llamar. Para mí siempre será un incondicional.

Para mí, siempre serás mi incondicional.


viernes, 22 de mayo de 2015

Voy a querer...

...ser tu Milano.

Y voy a querer reírme. Contigo. De mí. Y, si me dejas, también de ti. Prometo hacerte reír. Y espero que tú hagas lo mismo por mí. Pues "dos personas que se hacen reír, tienen derecho a todo."

Voy a querer viajar. Siempre. Por todo el mundo. Cualquier lugar por descubrir siempre será un buen destino. Y, si nos gusta, a lo mejor voy a querer repetir.

Voy a querer comer. De todo. Dulce y salado. Y voy a querer que comas tú también. Que lo disfrutes tanto como lo hago yo. Llevarte a mi restaurante favorito del mundo mundial y que te guste más que a mí. Compartir sobremesas sin fin.

Voy a querer bailar. Ya sabes, como "si nadie estuviera mirando". Ésa es la única forma de que, realmente, merezca la pena el baile. Y voy a querer que tú me saques a bailar.

Voy a querer hablar. Mucho. Y de todo. Y este punto no tiene discusión. Así que, de momento, no voy a decir nada más. Por lo que pueda pasar.

Voy a querer complicidad y compartir tardes de sofá. Un café por la mañana. El gin-tonic de las 8 y que para unas cañas nunca tengamos hora establecida. Que te guste la playa tanto como a mí y a mí la montaña tanto como a ti.

Voy a querer cantar. Debajo de una ducha caliente. Y con la compañía de los acordes que aún no sé tocar.

Voy a querer las mariposas. E ignorar todos los estudios que dicen que sólo duran un par de años. No tienen ni idea de la capacidad de aguante de mi estómago. Voy a querer las mariposas dentro, por siempre jamás.

Voy a querer sorpresas. De las buenas. De las de verdad. No quiero flores, ni bombones. O, a lo mejor, los bombones. Pero solo cuando tenga hambre. De chocolate, por favor. Y sin rellenos raros de fruta o licor.

Voy a querer besos. En la frente cuando me despierte. Y en el cuello cuando me despiste. Y todos los demás extra que me quieras dar.

Voy a querer tantas cosas que seguramente no sepas ni por dónde empezar. Pero, la verdad es que, por muchas cosas que quiera, lo único que realmente voy a querer es ser tu Milano. Ser tu Milano y nada más.


Si me prometes eso y...
"si no tardas mucho, te espero toda la vida."